Monday, July 21, 2008

Mi amigo top

Conocí al más top de mis amigos en uno de los lugares más trashy del planeta: un call center. Cualquiera que nos viera por la calle, vería la diferencia al instante. Ni hablar si se pone a conversar o comparar los pequeños detalles entre nosotros. Somos diferentes.
Por empezar, él vive en uno de esos barrios pasando la general paz, pero en Zona Norte. O sea, del "lado bueno", como quien diría, ese lado que no te da miedo cruzar. Su familia y amigos son de la misma zona. Es deportista: corre, juega al basket, y al tenis, ocasionalmente. Estudia mucho, saca buenas notas (a pesar de que se queja constantemente porque cree que le va a ir mal), y es exitoso en casi todo lo que se propone. Siempre va bien vestido, peinado y perfumado a donde sea que vaya. Se va de vacaciones a Europa. Tiene clase, pero no lo sabe completamente.
Es, a su vez, uno de esos amigos que no veo tan seguido. Nuestros encuentros son breves para lo que es normal: nunca exceden las dos horas, ya sea porque nos juntamos a cenar, o a compartir unas cervezas o tragos en compañía de alguna otra posible persona. Nos mantenemos en contacto por Messenger o mensaje de texto, donde nos contamos rapidamente las últimas novedades, hasta nuestro próximo encuentro.
Como con la mayoría de mis amigos, costó hacer el "click" inicial. Eramos compañeros de trabajo, pero no hablabamos demasiado más que de eso. Las circunstancias que fueron cambiando con el tiempo hicieron que yo sienta resentimiento por él. Era estúpido. Eran celos que marcaban un territorio innecesario. Una vez que pasó esa primera etapa, el "click" fue casi inmediato.
Porque sí, como mencioné antes, somos diferentes. Pero también somos muy similares, muy en el fondo. Porque somos los dos orgullosos: nunca en la vida ninguna va a aceptar que el otro le pague o regale algo, porque odiamos eso (nos encanta ser los que pagamos). Porque pretendemos ser serios y hostiles, pero somos graciosos y amigables debajo de ese frío exterior. Porque nunca lo vamos a admitir, pero nos importa lo que le pasa al otro. Y sabemos hasta donde debemos preguntar para no poner al otro incómodo. Nos entendemos.
Y de esto me di cuenta esta noche, mientras me despedía de él con un abrazo: a pesar de las pequeñas diferencias y similaridades, somos amigos. Y yo, personalmente, no quiero que eso termine. Ever.

Friday, July 11, 2008

Futuros empresarios

Saliendo del Village Recoleta, al menos por la noche, siempre hay una cantidad importante de niños tratando de ganarse el pan (o de evitar el chirlo de la madre) vendiéndo rosas. Ninguno dice nada muy fenomenal ni impresionante. Su speech siempre tiene 2 o 3 preguntas, dependiendo de si llevás algo de comer o tomar en la mano. El hecho de que hagan la siguiente pregunta depende de tu respuesta en la anterior. Cambian solamente si esta es negativa:

- Me comprás una rosa para la dama?
- Me comprás algo en el kiosco?
- Me lo regalás? (señalando a lo que sea que lleves en la mano)

Si tu respuesta es negativa para las tres preguntas, recurren a jugarretas sucias como hacerse los que lloran, abrir y cerrar los ojos para darte lástima, contarte de su casa, su familia y sus falencias monetarias, o seguirte por media cuadra hablandote de lo mismo, y discutiéndote como a su edad (10 años, máximo) ya toman café y que no les va a hacer mal que le regales la bebida con cafeína en tu mano. Sólo el más descorazonado podría decirles que no.
Pero hay uno de estos chicos que anoche fue más allá de la rutina que practican los demás. Hay uno que tiene el poder para negociar la simple compra de una rosa, sin necesidad de recurrir a las demás preguntas. Y él, en cuanto me vio salir del complejo con mi amiga Clara, se acercó inmediatamente y me dijo:
- Te puedo hacer una pregunta, vos que tenés cara de bueno?
- Eeh... bueno - le respondo.
- Hagamos un trato: yo les digo unos poemas que aprendí en la escuela a vos y a ella, y a cambio, vos me comprás una rosa para ella.
- Y a cuánto está cada rosa?
- 3 pesos. Si me comprás me hacés un re favor porque... - se acerca y me dice al oído - tengo que vender todas estas y estoy laburando desde anoche.
- Bueno, mejor hagamos así: no nos cuentes ningún poema, y yo te compro.
- Todas? - dice con cara de ilusionado y sorprendido.
- No, no, te compro una sola - le digo, sacando la billetera.
- Bueno... y una propinita?
- Dale - le digo, entregándole 4 pesos.
- Un peso?! - me dice, aparentemte contento.
- Sísí.
- Cuando seas grande vas a tener una empresa - acota Clara.
- Vos tenés una empresa? - le pregunta el chico, nuevamente sorprendido.
- No, cuando seas grande, vos vas a tener una empresa, porque sabés negociar.
- Ah - se va, sin decir otra palabra.

Clari se quedo con la rosa, obvio. Y después la agarre del brazo para que parezca que somos una pareja de verdad, y el chico no se desilucione enterándose que no había contribuido para nada al romance. Pero sí al de los negocios. Algún día, quizás irá por más.

Gorditos

Lunes al mediodía. Luego de una ducha, me visto. Decido ponerme mi nuevo buzo/saco a rayas rojas y petróleo, además de mis jeans/chupines destruidos, zapatillas, etc. Me admiré en los espejos de mi tía, ya que ahí me estaba quedando. Los tres espejos son de cuerpo entero: uno en el baño, uno en su habitación, y el último, en la entrada del edificio. Todos dijeron lo mismo: con ese buzo puesto, se te notan las "carnitas".
Pero lo ignoré. Me dijé a mi mismo "Y qué?". Yo sé que estoy gordo. No tanto como el año pasado, bajé de peso, y volví a subir un poco, pero es hora de enfrentar la verdad: no voy a ser flaco a menos que haga un esfuerzo. Y no lo estoy haciendo, me castigo con comida chatarra y capuccinos con muffins casi diariamente. Me gustan los postres. No limito mi vida a qué tan bien me veo en los ojos de los demás. Sé que no importa si estoy un poco gordo, todavía puedo sentirme bien conmigo mismo, con el resto del planeta, salir, reír, sentir, y también seducir. No todo es físico. Estoy bien así, me acepto, y me pongo la ropa que quiero, asi haga ver mis love handles o no.

Pero obviamente, todo esto es una farsa, porque el momento en el que, ese mismo día, mi profesor de canto, inocentemente, me dijo "gordito" y que "tengo bastante espacio donde guardar aire", resurgió mi violencia y odio interior y casi le rompo la cara a patadas, olvidando así mi filosofía del día. Pero fue humilde y honesto, y admitió que él también lo estaba.
Entre gorditos nos entendemos. Y eso está bien.

Friday, July 4, 2008

Ticket to ride

Me tomé el 107 (sí, el colectivo) en Olazabal y una calle cuyo nombre no recuerdo. No había tenido que esperar mucho, unos simples minutos, y estaba acompañado. Todo iba saliendo bien.
Siempre que no voy muy lejos, le digo al chofer las calles donde me bajo, así evito que me pregunte luego a dónde voy si le digo "90", en lugar de "$1". Hice lo mismo en esta ocasión al subir, pago y tomo mi boleto, prendo el mp3, y me distraigo escuchando la música, mientras pienso en una persona y qué acciones tomaré en el futuro cercano.
No pasan tres minutos, que levanto la mirada y me encuentro a un señor regordete mirándome. Me doy cuenta que está ahí porque de repente algo me tapa la luz del tubo en el techo, sino, ni me inmuto. Me está hablando, no sé qué dice, pero sé que lo estoy mirando con cara de desconcierto, hasta que entiendo que no era uno de esos anormales que te hablan en el colectivo porque sí, sino que es el que controla los boletos. Con un salto y sin decir palabra, me dispongo a buscar mi boleto en mis bolsillos. Él se ocupa de revisar los boletos de los otros tres pasajeros mientras tanto.
Y yo busco. Y busco. El bolsillo del pantalón, entre las monedas, adentro de la billetera. El otro bolsillo del pantalón, junto al celular. El bolsillo del saco, vacio, excepto por un agujero, que estaba también vacío. El otro bolsillo del saco, con las llaves, el mp3, los chicles, y papeles inservibles. Nada. Sin rastro.
No puede ser!, pienso. Me paro, y me sostengo del caño que estaba al lado de mi asiento. y con la otra mano, revuelvo los bolsillos nuevamente, sin éxito.
- Ya va a aparecer - acota el empleado.
Le sonrío, sin responderle todavía. Saco todas mis pertenencias de los bolsillos, abro papeles, reviso entre las cosas. Nada. Se me cae una moneda al piso. Me agacho a levantarla, sin quitar la vista de los 2 boletos tirados en el piso. Uno es de $1, el otro está doblado. Será? No podía arriesgarme, no me iba a creer si era mío. Ya fue.
- No, no aparece. No lo tengo, no lo encuentro - finalmente digo, dirigiéndole por primera vez la palabra al expectante empleado.
- Seguro? Mirá que tengo tiempo, buscá tranquilo - responde, paciente y amablemente.
- No, no lo tengo, ya busqué 3 veces, se me debe haber caído o nunca lo guardé, no sé.
- Bueno... te tengo que cobrar, entonces.
- Sí, mejor. No hay drama. - digo, sacando 90 centavos y entregándoselos, luego de comentarle mi destino. Me agradece y me da un nuevo boleto, ya con una tilde hecha en birome negra.
Medito unos segundos: es la primera vez que me pasaba algo así. ¿Qué le pasó a mi boleto? ¿Dónde quedó olvidado? Miro al piso y levanto el boleto tirado por el cual había estado en duda antes. La hora decia 15:32 - no era. Mejor así, me hubiera sentido estúpido. ¿Qué más me estoy olvidando ahora? El empleado gordito simpático había interrumpido algo, un pensamiento. ¿Qué era?
Ah, sí. Estaba pensando en vos. Últimamente no puedo parar de pensar en vos.